5 ago 2007

Cumpleaños

Cumplir años es un buen pretexto para volverte un ser miserable. Esperamos que la gente nos felicite sólo por el hecho de que hemos sobrevivido a una vuelta más de la Tierra en torno al sol. Aceptamos regalos como si los mereciéramos y hasta los podemos exigir. Hacemos advertencias: la próxima semana es mi cumpleaños, ya sólo faltan tres días, etc. Incluso organizamos fiestas en nuestro honor. ¿Es que somos tan importantes?

¿Por qué deseamos que la gente esté contenta de que nos hagamos más viejos y seamos más próximos a la tumba?

Cuando era niño asistí a suficientes cumpleaños de otros escuintles para notar cómo éstos pensaban que por ser el aniversario de su natalicio tenían derecho a cometer toda clase de patanerías. Lo tomaban como un carnaval personalísimo durante el cual podían orinarse y escupir sobre las reglas que respetaban el resto del año. Siento que esos chamacos siempre seguirán razonando igual: es mi cumpleaños, por lo tanto, hoy puedo darme el lujo de ser un protervo imbécil y mañana seré nuevamente un hombre respetable. Creen que sin el regaño de la madre, las iniquidades son aceptables.

Yo, por lo menos, veo una contradicción en esto de los cumpleaños. Celebramos nuestra vida el día que más conscientes podemos ser de nuestro envejecimiento y, por tanto, de nuestro deterioro y de nuestra brevedad. A mí me gustaría que la gente celebrara mi existencia cualquier día excepto cuando cumplo años. Pero contra las costumbres nada podemos hacer, ni siquiera pensar por nosotros mismos.

Para colmo, este año a las amigas que me llaman por teléfono para preguntarme cómo voy a festejar, les digo la verdad: voy a ir al panteón a poner una cruz sobre la tierra que mi padre estercola desde hace unos días. Supongo que no les parece muy divertido.

Si estuviera en mis manos, cambiaría las usanzas occidentales por aquéllas que imaginó Tolkien entre los hobbits, es decir, que quien dé regalos sea el cumpleañero. De otro modo, un cumpleaños será una oportunidad para que gente expulsada de nuestras vidas vuelva con el pretexto de felicitarnos. Creo que esto nunca me ha pasado a mí, sin embargo, yo sí lo he aprovechado para acercarme por segunda vez a quien no me desea ver.

A la única persona que me gustaría hacerle una fiesta sería a mi tocayo Ramírez, el puto, ya que era hijo de testigos de Jehová, que quién sabe porqué superchería estúpida no celebran los cumpleaños. Y si llamo "puto" a mi amigo es porque a él la palabra "gay" le parecía muy gay. Me decía: "yo me identifico más con la palabra 'puto' que con cualquier otra". No entiendo porqué los sacerdotes de lo políticamente correcto no admiten que se les diga putos a los putos, ni a los discapacitados, discapacitados, ni a los negros, negros.

Lamentablemente mi amigo murió hace un par de meses de pulmonía. Y yo no seré de los que celebran a los muertos ni a la muerte. Qué consuelo más idiota ése de ser amable con alguien que ya no existe. ¿Quiénes habrán dictado el cúmulo de idiosincrasias insensatas que guardamos con respecto a los muertos?

Indudablemente en todo lo que llevo escrito, he exagerado; pero es mi cumpleaños, carajo, quiero expresar un poco de rabia sin remordimientos. Mañana volveré a escribir como un humanista decente.

1 comentario:

Lata dijo...

Cariño...
Feliz cumpleaños. Ojalá lo hubiéramos festejado gritando enojados, hasta la madre y sacando nuestras quejas hasta el amanecer.
te quiero