26 oct 2010

Habitación

Si no traspasan las puertas

las cerradas palabras

si aprietan las manos el aire

y es un puño inútil la voz

Cómo afirmar la vida

cuando se habita la ausencia.

Cuando tus ojos míos

Tus ojos son dos metáforas
o dos esteros de múltiples magias
que no me atrevo ni me atreveré
por miedo a la cursilería, pero
en un espejo una vez viéndome
vi tus ojos
brillantes bronces celtas
Y vi mis ojos también
desbordados de tu ausencia
qué eremitas son nuestros ojos
en dos distintos rostros
y qué unidos cuando cerrados
mirándose en éste
o en cualquier cuarto del mundo
a oscuras se funden
por la tierna metalurgia de los roces
y por el violento reclamo de vivir
cotidianamente desunidos.
Sí desunidos porque los espejos
muestran trozos y engaños
y pasan días sin que vea
en mi reflejo tus ojos o meses
que se desconciertan y aterran
sin los consejos de tu mirada
verde altar de los druidas
único altar de mis ojos descreídos
qué haré, dime
si no veo que me ves y tú ves
que ya no hay besos que palien
o nada veas o yo no vea y el mundo siga
tan ciego como ahora sin vernos
en las compras, en el cine, en la comida
y en este hábitat castreño
en el que nuestros ojos son nuestros
con la vehemencia del secreto
y con la espiga longeva del amor.
Sí, longeva y mortal
y letal.

6 oct 2010

La madre nutricia (tercera parte)

Lo ideal sería que todos sintieran la generosidad de la UNAM como un virtud digna de ser reproducida, que valoran la belleza de las buganvilias y de los petigrises, de los heliotropos y de las piedras volcánicas. Pero hay quienes pasan por la UNAM con el interés fijo, no en el conocimiento sino en el dinero que obtendrán una vez titulados, hay quienes cruzan el campus sin oler ni escuchar el auge y la caída del imperio de las jacarandas. Hay quienes, aún en el edén, se sienten insatisfechos.

Yo, sin embargo, al contemplar lo que significa la UNAM en mi vida no puedo sino sentirme agradecido, dichoso y comprometido. Agradezco hasta las lluvias que caían como hordas bárbaras sobre las Islas. Fui feliz en los cines, en los conciertos, en las obras de teatro; cuán amplios horizontes se abrían, cuánta riqueza se ofrecía al paso, hay tanto por agradecer que las palabras no alcanzan a nombrar.

Me cambió la vida estudiar en la UNAM. Admiré a casi todos los profesores. Especialmente a los que parecían felices, a los que sonreían en las clases, a los que fumaban, aquellos que se interesaban más en el lado humano que en el académico. Porque qué pobre sería una universidad llena de académicos deshumanizados.

Estoy orgulloso de haber hecho más amigos que contactos profesionales. También admiré a la mayoría de mis compañeros: a los sensatos y a los insensatos, a los politizados y a los apolíticos, a los marxistas y a los anarquistas, a los de ciencias y a los humanistas, a los de contaduría y a los de ingeniería. Con todos ellos pude hablar de literatura.

Lume v'è dato a bene e a malizia, e libero voler; che, se fatica ne le prime battaglie col ciel dura, poi vince tutto se ben si notrica… Tardé bastante tiempo, pero al fin entendí lo que decía Dante a la entrada de la Facultad de Filosofía y Letras. Nos ha sido dada la luz para distinguir lo bueno de lo malo y tenemos libertad para resistir las duras batallas y, con paciencia, vencer los obstáculos. Y la luz y la libertad las dona esta madre nutricia, generosa, así como nos impulsa a la conciencia y al compañerismo.

La Universidad plural y sus enemigos

Son muy pocas las personas las personas que no aceptan la belleza de los campus de la UNAM y en mi vida no he encontrado a ningún compañero que, habiendo estudiado en ella, exprese reproches en este sentido. Empero, existe gente que externa a la menor provocación recriminaciones contra nuestra Universidad y contra sus egresados. Este recriminar no creo que sea siempre bienintencionado. Así como la sociedad abierta tiene sus enemigos, una universidad plural, crítica y autónoma también los tiene.

La libertad de cátedra, querido Sancho, es uno de los más grandes dones que los universitarios gozamos. Sin ésta no podrían formarse estudiantes críticos, no habría educación sino una simple instrucción en un campo temático. Por fortuna, la UNAM no sólo forma expertos, principalmente forma personas. Si se neceara con etiquetar a la Universidad, en cuya pluralidad conviven cuantiosas corrientes de pensamiento, habría que decir que es humanista. Sé que este concepto es manejado, asimismo, con muy variadas acepciones; yo uso este término humildemente, sólo para señalar que en la UNAM se garantiza, se promueve y se inculca la dignidad del ser humano.

Quienes no acepten la existencia de tal dignidad intrínseca y crean que el ser humano sólo vale en cuanto es productivo y eficiente, por consecuencia, no verán en la UNAM una buena institución. Tiene que generar más recursos económicos, dicen, tiene que rendir cuentas, tiene que transformarse. ¿Y por qué tendría que transformarse la mejor universidad del mundo hispanoparlante? ¿Acaso en las cuentas que piden no quieren contar a los miles de profesionistas que sirven en sus distintas áreas al resto de los mexicanos? ¿O acaso consideran que la misión de una universidad es la de conseguir dinero? Para conseguir dinero ya existen algunos edificios que se hacen llamar universidades, en esas escuelas los alumnos son principalmente billetes, en vez de un rostro humano, les ven en la cara un signo de pesos. Aunque les pese a los mercaderes de la educación, la fortuna de la UNAM consiste en no dedicarse al negocio, sino a educar.

Sé bien que en el tema de la gratuidad sí hay personas bienintencionadas que cuestionan y se oponen a que persista. Cabría señalar que el mismo Marx se oponía a la gratuidad de la educación superior. Yo, en cambio, estoy a favor de la universidad pública y gratuita. Mi mejor argumento es mi experiencia, mi vida. Si hubiera cuotas, yo no habría estudiado en ella. Se me dirá que miento, que si no tenía dinero pude haber trabajado para pagar mis estudios. Es fácil decirlo, yo sólo quisiera recordar que vivimos en un país donde se pisotea el derecho de los trabajadores, no se respeta el horario de la jornada laboral, los sueldos son muy bajos, las becas son escasas. Pensar que el reducido porcentaje de personas de clase baja que llegan a la universidad es atribuible a la falta de voluntad, no sólo es pensar mal, es cometer una infamia. Los pobres no competimos con igualdad de oportunidades. México padece una profunda desigualdad y la educación es un excelente medio para disminuirla. ¿Por qué echarle un candado de dinero a esa puerta abierta que es la educación?

Yo trabajaba de ayudante de electricista cuando hice el examen para la UNAM y antes haciendo encuestitas de casa en casa y más antes repartiendo volantes por unos cuantos pesos que se esfumaban nomás de pagar los pasajes. Y por más pequeña que fuera la cuota, habría escogido gastar ese dinero en otra cosa; la pobreza, a veces, no es buena consejera. No digo esto como sociólogo ni como politólogo, tampoco como economista ni como humanista, lo digo como una persona que se crió en una colonia popular: si la UNAM no fuera gratuita, yo no me habría ni siquiera atrevido a hacer el examen de ingreso.

Sé, por supuesto, que en el fondo nada es gratis. Nuestra Universidad es financiada por todos los contribuyentes y todos los mexicanos contribuimos. Los que más dinero ganan y no evaden totalmente sus impuestos creen que son ellos los únicos que contribuyen y, tal vez por eso, son los que censuran a la UNAM con un dejo de amos: ¡miren cómo gastan mis impuestos! ¡Ese dinero que podría ser derrochado en mí mismo! ¿Por qué esas personas no se preguntan por aquellos que trabajando más, ganan menos?

La deuda que tenemos quienes estudiamos en la UNAM no es con quienes más impuestos pagan, sino con quienes se esfuerzan más para adquirir la canasta básica de alimentos, y más aún, con quienes ni siquiera la pueden comprar. Yo lo veo en un ejemplo, si se quiere muy simple y vulgar: todo aquel ha ganado unas monedas con el sudor de su frente, ya sea campesino, albañil, vendedor de hamburguesas, tragafuegos, milusos, factótum, y ha comprado luego del trabajo una Coca-Cola o un cigarro suelto o cualquier otro producto que tenga IVA, ha pagado mi educación. Estoy en deuda, y si soy consciente de esa deuda es porque la UNAM es también una conciencia.

Sobre la UNAM (parte I)

**Un ensayo un poco más extenso de los que por aquí acostumbro subir, escribí hace unas semanas sobre la UNAM, no creo pegarlo completamente en este blog, pero algunas partes sí.

Hay rincón verde en el campus de la Ciudad Universitaria, el jardín del Edén, donde más de una vez sentí la humedad del pasto, el trajinar de las nubes y oí, lejanas, las insurgencias del ruido de la avenida de los Insurgentes. Aunque no pueda aseverar que el contacto con la naturaleza fortifique el espíritu ni esté seguro de que la abundancia de árboles ayude a vigorizar las inquietudes intelectuales, sé de cierto que me sentía dichoso. ¿Quién sería infeliz en el paraíso?

Un sentimiento placentero es lo primero que asocio con la UNAM, por ello, sé que podría adjudicarle carretadas de elogios, de calificativos dulces, incluso cursis. Quisiera que las musas o los genios, o las reglas y la disciplina, encaminaran mis palabras al justo medio, y que si bien transmitan el agradecimiento, el orgullo y la estimación que siento por nuestra Universidad, también sepan expresar con claridad los significados más profundos, los más espirituales y las críticas, esos aspectos lamentables de la UNAM, que acaso no lleguen de inmediato a la memoria, pero que existen y duelen y uno quisiera desterrarlos de ella.

Ella. Me detengo en esta palabra porque la UNAM es una ella. Más que una institución o una simple universidad, lo cual la convertiría en una “ésa” o “ésta”, la UNAM ha conseguido, por derecho propio, personificarse: ser una “ella”, lo que también implica representar ciertos valores femeninos. No fue casual que consiguiera tanto éxito la locución latina Alma Mater para conferirla a las universidades, madres nutricias de estudios.

Asociar nuestra Universidad con una madre debería sobreentenderse como un enaltecimiento. Se sabe de sobra que tal palabra simboliza cariño, protección, generosidad, etc. A pesar de las madres que abandonan a sus hijos en cuartuchos de hoteles, la madre seguirá significando, aún en las actuales sociedades narcisistas, un refugio amoroso, un surtidor de afecto, brazos abiertos y cálidos. Y, sin importar que sea lugar común, la UNAM es una madre generosa.